Armando Pilato

 

Entrada de arena

 

La imagen, tres veces repetida, de un cuadro visto por detrás fue el icono que Matías Machado eligió para la portada del catálogo de la muestra de sus pinturas, celebrada el pasado mes de agosto en el Auditorio del Centro de Producción e Investigación Artística de la ciudad argentina de Córdoba. Dicha exposición vino precedida por una exhibición de las obras, medida en el tiempo y el espacio, sobre el teatral escenario en la que el artista extendía sus pinturas ante un público impelido a convertirse en espectador. Así pues, la visualización de la serie de acrílicos de Matias Machado mudaba, antes de derivar en una muestra conjunta de sus obras, en una acción desarrollada en el espacio destinado a trasformar la escena en un objetivo visual, fijo primero y transitable después, en el cual se posibilitaba el acercamiento físico de la mirada de los presentes.

 

Ocho meses después, gran parte de esa serie de pinturas se presenta por primera vez en nuestro país, precisamente en la sala de exposiciones que sirve de entrada a otro auditorio, en este caso el del Club Diario Levante. Esta casualidad podría ser interpretada como una pertinente paradoja del destino, si es que el destino milita como tal en algún momento de nuestra existencia.

 

Y ahora los cuadros de Matias Machado – puestos del revés y, sin embargo, correctamente prendidos- esperan el acceso a las retinas de un público distinto en la distancia pero, al mismo tiempo, similar el la concepción laicista y burguesa del mundo y de los objetos que lo rodean.

 

Matias Machado recogió sus telas pintadas, un día impreciso del invierno austral, y cargado de maletas aterrizo en el medio del sofocante estío en un punto concreto, señalado en el mapa redoblado de la extrema y vieja Europa. Desde entonces, el joven pintor continúa suscitando cuestiones, formulando preguntas, investigando el problema de las relaciones entra la idea de realidad y la idea de la representación. Estas dos palabras, realidad y representación, son las que sirvieron al artista de título de su breve y denso ensayo que presentó, como trabajo final de la licenciatura en plástica de la Escuela de Artes de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Córdoba. Un texto en el que expone –de manera entrelazada- una serie de ejercicios destinados a abordad el difícil problema de la pintura actual.

 

¿Qué es la pintura?

Esta es la cuestión…

 

Se podría decir al respecto que hoy en día la pintura es la hija bastarda de la propia pintura. El medio de expresión artística por excelencia, acreditado por una tradición milenaria ha sido, en época reciente, sujeto y objeto puesto en crisis debido, en buena parte, a su consideración como instrumento inadecuado para dialogar con una contemporaneidad caracterizada por el advenimiento de los nuevos modos de representación.

A pesar de ello, las tantas veces anunciada muerte de la pintura no se ha verificado nunca y, por el contrario, en los últimos años se han producido prolongados momentos de “gran vitalidad” de la misma, registrando una fuerte atención tanto por parte de los artistas como de los críticos y teóricos del sistema.

 

Para Matias Machado la cuestión de la representación y la autonomía de lo pictórico supone una contradicción que circunda y atraviesa, al mismo tiempo, la propia lógica conceptual de la identidad de la pintura. Un artista que afirma considerar el cuadro como un objeto más, que califica la pintura como exhibicionista y define la vida como una cuestión moral, adquiere –desde la prestancia de las palabras sonoras- una sorprendente convicción acerca de su trabajo. Su convencimiento en desafiar el realismo es una contradicción asumida desde dentro, “soy contradictorio y lo asumo” -dice Matias Machado- , con ese circunspecto nombre que encierra la ambigüedad de un héroe o antihéroe de un relato existencialista.

 

Narrador de una argumentación focalizada desde el distanciamiento, el pintor no se entretiene –ni se detiene- en la fácil añagaza de un romanticismo de denuncia. Sus cuadros, por evidentes circunstancias, se sitúan en un espacio suburbial, un degradado lugar habitado por figuras que sufren los pequeños desastres que comportan tipo de decadencia, en este caso el de la cultura de las denominadas “villas miserias”. Pero aún así los protagonistas de los mismos son ungidos de una aristocrática posición liminar a la mitología, conformando una alegoría visual de la sutil permanencia en el tiempo y del sentido efímero de cualquiera de los átomos que integran la experiencia vital. Todo lo que representa el objeto pintura es, y también no es, pintura.

 

Apuntes, ecuaciones, interferencias

 

Si la finalidad de la pintura es -según Judd- la ilusión, ¿Cuál es entonces la finalidad del arte? la búsqueda formal de Matias Machado trasciende el soporte; las partes del lienzo en blanco, la imagen –por así decirlo principal- en la que se incluye, la mancha, la suciedad, los rastros del lápiz, el bastidor y las palabras pintadas o simplemente reproducidas trascienden la epistemología para plantear en las difusas ondas de la inconsciencia de los otros. Por consiguiente, la ilusión se produce cuando el espectador cree estar viendo el propio motivo en lugar de la imagen, de ahí que se origine una transferencia de términos virador entre semiótica y semiológica.

 

La intensidad de las imágenes creadas por Matias Machado ahondan también en la propia identidad pictórica argentina, sumida desde hace más de cien años en las culturas del mestizaje. Al ser puerto de entrada, la tradición pictórica Europea –procede en buena parte de Italia, Francia o España- han generado un conflicto de compatibilidad con los modos singulares de representar el estilo, un concepto que ha ligado lo intrínsicamente local o arcaico con un maquillaje cultista que mira la norte físico ahora centro de zona cero, para decir “aquí estoy, doliente y cansado, devaluado tal vez pero no vencido”.

 

En cambio el pensamiento pictórico de Matias Machado es radicalmente opuesto. El es un pintor moderno, poseedor de un romanticismo metálico e interprete, simultáneamente, de una visceral desinencia analítica. La búsqueda de la autonomia del arte le impulsa a mirar el lienzo desde dentro, aún a riesgo de caer en el hermetismo, y así conjugando o exorcizando el realismo, el pop y el hiperrealismo puede provocar la inspiración velazqueña para colocar, como pretendían los futuristas –según escribiera Boccioni-, al espectador en el centro del cuadro.

 

Algo gradual e ineludible

 

Sería muy fácil comenzar a hilar a Velásquez (también, en menor proporción, a Ribera y Murillo), Gericault o Delacroix, Manet, Cezanne, los cubistas o los pintores de la escuela de Nueva York con los actuales planteamiento de Matias Machado.

De ese modo, la genealogía artística legitimaría una situación que, según pareceres, es evidente y que radica en la misteriosa y seria condición de pintor de la que está ungido. Y, sin embargo, paradójicamente este joven artista, agnóstico convencido, declara no creer en los genios…

 

Matias Machado pertenece a esa clase de pintores para los que pintar es una cuestión totalmente existencialista. Por eso tiene un estilo propio, singularmente maduro, alejado de toda lógica porque se apoya en una convicción que sabe contradictoria entre el clasicismo y la contemporaneidad, pero también entre la facilidad y la dificultad del hecho de pintar. Una certeza ideológica que alcanza también los conceptos de temporalidad y atemporalidad, así como las situaciones fundamentales de la representación (estilo, denotación, ilusión e identidad de la misma) y del hecho real o, citando a Hal Foster, del “retorno de lo real”.

 

Las imágenes están aquí, precediendo o sucediendo la representación gráfica de estas palabras, son fotografías de cuadros pintados en acrílicos, tratados como si fueran óleo. En todas ellas estará ausente el valor tridimensional, en algunas parecerá que el dibujo no existe, en otras los colores vivirán o faltará el verdadero valor de su superficie, pero es importante tener en cuenta de que no son más que la representación de unas pinturas colgadas en un espacio físico durante un espacio de tiempo.

 

La repetición es un valor sensible, el estimulo es además una punzada, la inconsciencia puede llegar durante el estado de creación, pero también durante la observación. La actitud total como artista de Matias Machado abarca algo más que realizar objetos mediante el uso de la pintura. Hay millones de contradicciones, de ambigüedades, de motivos para ir aquí o allá, para decidir dónde reside la autonomía de la pintura. Para comprobar cuales son sus propiedades y cuando y porque decidimos que los objetos son, o pueden llegar a ser, algo más que objetos…