Borrachera de acrílico.

Matias Machado muestra por primera vez en España su búsqueda infinita de la autenticidad.

 

No ha sido baco el que ha triunfado. Ha sido Matias Machado el que le ganó la mano al dios del vino que lleva a la locura a aquél que lo desprecia.

 

Este pintor con inevitable nombre de poeta que expone su serie Acrílicos en el Club Diario Levante se puso lo suficientemente borracho de pintura como para descifrar el teorema de la Argentina empobrecida que le envolvía en su Córdoba natal y, tras el pulso con la injusta realidad de la explotación multinacional sobre los pobladores humildes a los que les alivia la catarsis del vino, se situó al otro lado de la vida misma, por debajo de la piel del lienzo, desde el corazón de sus acrílicos en impetintente búsqueda de una autenticidad, una identidad que es su interpretación de cualquier mundo que habite, siempre a través del ejercicio pictórico

 

Por puro instinto es que Machado se arriesga a seguir auque esté condenado a permanecer dividido en pos. Auque esa espiral existencialista del todo pintura le lleva a momentos en que deja de creer y cuestionarlo todo tanto y todo el tiempo que abandona las ganas de pintar para decir que el lenguaje de la pintura –que se supone que es el que defiende en sus clases y utiliza en sus cuadros- es incompleto en si mismo .” Pinto porque me sale y a la vez me lo cuestiono”, dice. “ quizás la escritura pueda decir cosas un tanto más claras”, aduce mientras expresa su deseo de cambiar pincel por pluma. Va a dar lo mismo.” Capaz estoy más perdido que antes” señala.

 

Es el sentimiento trágico consustancial del ser racional. Quizás por eso que la perrita Pequi de sonrisa hedonista, repetida y envuelta en blancos, casi también Oscar al final, triunfan sobre el Baco Cordobés, que no el romano. El instinto racional de los primeros cuadros (los grandes) espacialmente situados frente al instinto animal (los otros) en los que se quedó la serie. Y con esa contradicción de conceptos, que no de significado. El instinto racional de Matias Machado pinta lo pasional, lo romántico, lo irracional (que serian los cuadros de Baco) frente a la parte de la serie más analítica y teorética, a la vez la instintiva, (que sería Pequi).

 

Es lo que tiene

 

Es lo que tiene Machado, el instinto para cuestionar y resolver a su manera. Y una capacidad técnica envidiable. Esa feliz combinación es la que le ha impulsado más allá de su horizonte próximo hasta este mediterráneo que, que casualidades buscadas, ha sido cuna de los mitos que pinta y que ahora le acoge a él también. Con el galerista Tomás March (que a su vez parece tener el olfato de Pequi) como valedor. “ la primera vez que vi sus obras hubo dos cosas que me gustaron. Un gran conocimiento de la pintura y la aplicación de ese conocimiento a través de una mente que sabe ver mas allá de lo representado”, explica March.

 

Machado habita ahora la Valencia de hoy trabajando con su pintura natal y su efusiva vena cordobesa. No deja de ser una excusa, que le sigue permitiendo la investigación más por debajo todavía de la dermis acrílica, lejos de la visión de villa miseria auque sin olvidar el ejercicio que allí hizo en aquel conjunto de chabolas que se amontonan en su calle cordobesa, donde habitan su borracho, el pequeño Oscar de mirada dulce y vida complicada y la celestial perrita Pequi, sus personajes. Aquí están pero ya no son ahora.

 

Machado ha pasado del pedo de su vecino a rastrear, husmear, salir a la caza de una forma más de conocimiento sobre su existencia, como si del mismo Pequi se tratara. Al menos, ha tenido la ironía de elevar a la categoría de mito contemporáneo a sus tres personajes tan comunes. Pero momento ya es otro.

 

La cita de Bufalino abriendo el catalogo dice que comprendió que nunca conseguiría salvarse, que “entre yo y aquella puerta que era la libertad se multiplicaban a cada paso distancias deshabitadas, inhabitables, un Ártico sin objetos”. La coloco Armando Pilato, autor del texto en el que dice que Machado “ afirma considerar el cuadro como un objeto más, califica la pintura como exhibicionista y define la vida como una cuestión moral (…) una sorprendente convicción acerca de su trabajo. Su convencimiento en desafiar el realismo pero como una contradicción asumida desde dentro”. “eso es lo bueno, -dice el artista- que no tengo nada claro más que esa búsqueda como sea en donde sea”. Una búsqueda de la pintura semántica, sintáctica, pragmática, como no podía ser menos. Porque Machado sabe que no se llega a tener conciencia sobre el mundo. “ en todo caso de una interpretación del mundo” , señala.

 

Pura invención. Pura intención. Puro instinto. Eso es lo que Wilde decía en la decadencia de la mentira; que el arte puede inventar lo que la naturaleza no pudo gestar por cuenta propia. El pintor sabe que con esa actitud tal vez “la pase peor” . O no. En cualquier caso siempre le quedará el consuelo de dejarse caer en los brazos de Baco.